En el Lago de Maracaibo, el más extenso de Venezuela, el agua no siempre es dulce y la vida en general casi nunca es fácil. En este ecosistema, afectado por numerosos derrames de petróleo, los pescadores y peces se baten en un duelo a muerte en el que los seres acuáticos tienen una amenaza doble.
«Estamos sufriendo con el derrame de petróleo», explicaba Ernesto Luano a un periodista de EFE, un pescador de 36 años que cada día se aleja de las orillas de esta cuenca con la esperanza, casi siempre frustrada, de encontrar peces libres del crudo que yace en estas aguas desde hace meses.
Según sus cuentas, el petróleo derramado en esta zona comenzó a afectar su actividad económica y al sustento familiar hace siete años, pero se ha agravado en los últimos meses cuando las fugas de crudo se multiplicaron y, además, se volvieron comunes las tuberías rotas y con ello las efervescencias de gases en este mar cerrado.
Ernesto, como sus siete millones de vecinos en el estado Zulia, limítrofe con Colombia, sufre la escasez de combustible en esa región que tiene miles de pozos petroleros perforados y que, hasta la década pasada, era el máximo referente de la riqueza de la nación con las mayores reservas de crudo del planeta.
En su caso, necesita la gasolina para su rudimentaria embarcación y para asearse al final de cada faena, cuando sus ropas son tan negras como el petróleo en el que se sumerge en búsqueda de peces que, al menos, parezcan comestibles. Solo el combustible logra arrancar el crudo pegado a cada parte de su cuerpo. «El pescado viene lleno de petróleo», lamenta, con la misma fatiga que le causa deshacerse de esta capa grasienta que solo sale con gasolina, un líquido que le quema poco a poco la piel.
Dos horas de viaje
Con menos suerte incluso, Amado Hueres debe hacerse camino con sus brazos mientras flota desde la orilla hasta la zona de pesca. El trayecto le toma dos horas en los que brazada tras brazada impulsa el salvavidas que lo separa por centímetros de las aguas contaminadas.
Una vez que toca tierra, después de siete horas en el lago intentando pescar, este hombre de 43 años es todo negrura, especialmente en el botín. «Ahora no hay nada, pescado no hay (...) esto está feo», dice y culpa por ello a la estatal Petróleos de Venezuela (Pdvsa), que pocas veces informa sobre los derrames de crudo en esta o en cualquier otra entidad federal en las que frecuentemente ocurren.
Amado madruga, pero no consigue su misión. No parece que se trate de una maldición, pues su desdicha y dificultad para acceder a los alimentos es solo un caso más dentro de los 7 millones de venezolanos que requieren asistencia humanitaria urgente, según Naciones Unidas.
Ingenuo repite su rutina porque debe buscar «algo para sobrevivir», una meta que casi a diario se traduce en 2 o 3 dólares de ganancias por las ventas de pescado negruzco que puede comercializar pese a las características de la camada.
El agua del lago apenas vive
Como una sentencia unánime, los habitantes de las zonas aledañas al lago de Maracaibo aseguran que esta bahía es el basurero del Zulia, a donde van a parar toneladas de desechos líquidos y sólidos que se han ido asentando en el fondo a lo largo de los años.
En este sentido, cada vez más la superficie del lago se torna verde -producto de la lemna- u oscuro con los derrames de crudo. Con cada alarma que se enciende cuando la contaminación se hace visible e innegable, otra alerta pasa a segundo plano: la de la pérdida de especies acuáticas y el riesgo que suponen estos desastres para la rica biodiversidad presente en la zona.
Caimanes, garzas, cangrejos, pelícanos, delfines y otra larga lista de animales también sufren en silencio la devastación de su hábitat sin que hasta ahora se vislumbren mejoras para ellos o para sus cohabitantes humanos.