Hay pocos infiernos parecidos al que tuvo que sobrevivir Irene, sometida desde los 9 años a los abusos sexuales de su padre en la más absoluta soledad. Cuando tenía 15 años ya había sido obligada a abortar en tres ocasiones. Lo denunció en mayo del año pasado, cuando ya tenía 21 años.
La Audiencia Provincial de Valladolid condenó a Teodoro, el padre de Irene, a 14 años de prisión por continuados abusos sexuales. El progenitor dejó embarazada a su hija en tres ocasiones y él mismo la acompañó para que abortara. Lo que más sorprende es el silencio del entorno.
La familia de la niña no vio nada raro y solo su tutora del instituto consiguió su confianza para que lo contara todo. Eso motivó la denuncia que culminó en la sentencia, ratificada después por el Tribunal Superior de Justicia. Así se destapó esta historia cuyo relato pone los pelos de punta.
Su infierno comenzó a los nueve años
Irene fue reconocida legalmente como hija por su hermana Micaela y su marido Teodoro cuando ella era muy pequeña. Se trasladaron desde Bolivia a España y se instalaron en Valladolid. Allí, el hogar familiar se convirtió en la cárcel de los horrores para esta menor sometida a continuos abusos.
Su infierno comenzó en 2010, cuando apenas había cumplido los nueve años. Su padre aprovechaba los momentos a solas con la niña en casa para forzarla sexualmente. Nadie se dio cuenta de lo que estaba sucediendo y la víctima sufrió los abusos en silencio, encerrada con su violador.
Los abusos sólo se interrumpieron con el confinamiento de 2020, ante la imposibilidad de quedarse a solas con la víctima. En el colegio se dieron cuenta de que aquella alumna no tenía la misma alegría que las chicas de su edad. La confianza con una tutora animó a la niña a denunciar los abusos.
Dejó a su hija embarazada tres veces
La justicia determinó que Teodoro había abusado sexualmente de su hija reiteradamente, aprovechando su situación de autoridad. Durante esos diez años dejó a la niña embarazada tres veces. La primera vez cuando tenía 13 años, y dos veces cuando tenía 15, sin que eso despertara las sospechas.
El padre llevó a su hija de 13 años a abortar a una clínica de Valladolid, donde fue sometida a un examen psiquiátrico. Nadie vio nada extraño como para trasladarlo a las autoridades. La menor volvió dos años después, cuando tenía 15, para practicar dos nuevos abortos de la mano de su padre.
Resulta llamativo que no saltaran todas las alarmas de un posible abuso, en una niña de 15 años con tres abortos. Según la sentencia, la autorización llevaba la firma falsificada de la madre. Pero nadie vio nada raro y la víctima no encontró en los profesionales la verdadera ayuda que necesitaba.
Los psiquiatras no vieron nada extraño
En el primer informe psiquiátrico se indica que la niña padece “un claro trastorno afectivo con un intenso síndrome ansioso-depresivo”. No hubo más indicaciones, más allá de la aprobación de la intervención. El médico no recuerda si llegó a hablar con el padre, que la acompañó en tres ocasiones.
Años después resulta insólito pensar que los profesionales no se percataron de que aquella niña estaba viviendo un calvario. La niña vivía con su madre, su tía, sus dos hermanos y su abusador. Y tampoco encontró en el núcleo familiar la mano tendida que necesitaba para salir de su infierno.
Su madre legal (y hermana biológica) tiene veinte años más que ella y asegura que nunca se dio cuenta de la situación. “Nunca he visto nada”, aseguró en sede judicial. Afirma que no se percató de los abusos sexuales, ni tan siquiera de que la niña se había quedado embarazada en tres ocasiones.
Por fin rompió el silencio
La tutora de Irene la convocó a una tutoría al percatarse de que estaba retraída y carecía de la alegría de las demás niñas. No quería jugar con las otras chicas, ni hacerse la orla, ni aparecer en las fotos, ni en las redes sociales. Meses después volvió a preguntarle por ello y la niña se derrumbó.
Empezó a llorar y le explicó a su maestra que su padre llevaba años forzándole a tener relaciones sexuales completas. La docente creyó a la alumna desde el principio, ya que había notado una conducta rara del padre. Además asegura que tenía un ambiente familiar tóxico, y la animó a denunciar.
El 14 de mayo de 2021, a la edad de 21 años, Irene denunció a su padre poniendo fin así a un largo sufrimiento. Según declaró ella misma, no denunció antes por miedo a destrozar la familia. “Pensé que se iba a acabar algún día, pero no se acababa nunca”, relató en el juicio celebrado en febrero.
“Tuvimos relaciones sexuales un montón de veces en todos estos años, una vez al mes o algo así. Me manoseaba, me penetraba, no había nadie en casa”, expuso la víctima. El violador tiene hoy 43 años y presentó un recurso de apelación que ha sido desestimado por el TSJ.